El talento femenino está subvalorado o directamente despreciado en nuestras sociedades. Para ser justos, también ocurre lo mismo con las diferentes minorías. Callar esos talentos oprime el derecho a participar de una sociedad respetuosa de la diversidad. Creemos que términos como «inclusivo» implica aceptar tácitamente que hay otros excluidos (segregación, discriminación negativa, entre otras razones de exclusión).
En Marzo conmemoramos el Día Internacional por los Derechos de las Mujeres, compartimos un fragmento de un artículo publicado en La Nación. Pensar al revés ayuda a convivir en derechos.
“Uno de los ultrasecretos de la guerra, una asombrosa máquina que aplica velocidades electrónicas por primera vez a tareas matemáticas hasta ahora demasiado difíciles y engorrosas de resolver, fue anunciado esta noche por el Departamento de Guerra”, informó The New York Times el 14 de febrero de 1946. Nos referimos a la primera computadora digital electrónica y programable de propósito general. Algo así como la tatarabuela del dispositivo en el que están leyendo esto.
El artículo detallaba que “fue inventada y perfeccionada por dos jóvenes de la Escuela Moore de Ingeniería Eléctrica: el Dr. John William Maulchy, de 38 años, físico y meteorólogo aficionado; y su asociado J. Presper Eckert Jr., de 26 años, ingeniero jefe del proyecto”.
Y agregaba que “muchos otros en la escuela también brindaron ayuda”. Relataba que el Gobierno le había dado luz verde al proyecto en 1943 y “30 meses exactos después, [la computadora] estaba terminada y funcionando, haciendo fácilmente lo que laboriosamente habían hecho muchos hombres entrenados”.
Lo que no mencionaron en el extenso reportaje es que esos “muchos otros” que “brindaron ayuda” no eran “hombres entrenados” sino 6 talentosas matemáticas que, por cierto, brindaron muchísimo más que ayuda. Esas omisiones no fueron de ninguna manera exclusivas del venerable diario, ni ese día ni cientos de otros días más.
Para ser justos, los periodistas no podían reportar lo que no sabían. El campo de la informática estaba en pañales. Lo que habían visto era una enorme máquina y nadie entendía la programación.
Además, no les hablaron de ellas. Aunque asistieron a la primera presentación pública de la supercomputadora, el 1 de febrero, les encargaron servir el café durante el evento.
A la segunda demostración, dos semanas después, a la que acudieron grandes personalidades de la comunidad científica y tecnológica, ni siquiera las invitaron, así como tampoco a la gran cena de lujo con el director de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. con la que se celebró el logro.
En los años 80, la historiadora Kathryn Kleiman, empezó a investigar la historia de la ENIAC. En las fotos aparecían las mismas seis mujeres, pero sin sus nombres en el epígrafe. Consultó a Gwen Bell, cofundadora y luego directora del Museo de Historia de la Computación. Su respuesta fue impactante: “Son damas del refrigerador”, le contestó, refiriéndose a las modelos que en la década de 1950 solían aparecer con los electrodomésticos en los comerciales.
Hoy queremos hacerlas visibles: ellas fueron Frances “Betty” Holberton, Kathleen “Kay” McNulty, Marlyn Wescoff, Ruth Lichterman, Frances “Fran” Bilas y Jean Jenningsz. Al hacerlo, rescató su historia del olvido. Una historia que comenzaba en los campos de batalla.
Texto inspirado en «La desconocida historia de las 6 matemáticas que programaron la primera supercomputadora moderna«.