El 21 de julio de 1969 Neil Armstrong se convertía en la primera persona en caminar sobre la superficie lunar: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”. Cuesta creerlo, pero 50 años después de ese ‘pequeño paso’ ninguna mujer ha pisado nunca la Luna. Un privilegio reservado a 18 astronautas en la historia, todos ellos hombres. Pero ninguno de ellos estaba solo.
El éxito del Apolo 11 fue posible gracias al equipo de 400.000 personas que trabajaron en la misión. En un sector enteramente masculino en la época, y todavía muy masculinizado en la actualidad, pocas veces se ha hablado de ellas, pero te presentamos a las mujeres que hicieron posible aquel primer alunizaje.
Poppy Northcutt
Frances Northcutt, conocida como ‘Poppy’, fue la primera ingeniera de Control de Misiones de la NASA, y también estaba allí hace 50 años. Northcutt se encargaba de analizar las trayectorias de las misiones Apolo, desde la primera con tripulación –la octava- hasta la última con destino lunar –la número 17-.
Se unió a la corporación TRW, que trabajaba para la NASA, en 1965, justo al terminar sus estudios de Matemáticas en la Universidad de Texas, en Austin. En poco tiempo fue promocionada de computadora a ingeniera para ayudar a diseñar el programa informático y las trayectorias de vuelo de vuelta a la Tierra.
Su labor fue especialmente importante en el Apolo 13, cuando «Houston tuvo un problema», ya que los cálculos de su equipo permitieron que los astronautas volvieran a salvo a la Tierra tras la explosión de un tanque de oxígeno. La hazaña le valió la medalla presidencial de la Libertad.
Además de con su trabajo, Northcutt estaba comprometida con el Movimiento de liberación de las mujeres que surgió a finales de los 60 en los países más industrializados, y luchó por mejorar la política de bajas de maternidad. Incluso pasó a formar parte de la directiva de la Organización Nacional de las Mujeres (NOW) estadounidense, donde todavía continúa hoy en día, a sus 75 años.
En 1984 se licenció en Derecho por la Universidad de Houston, a la que acudía por las noches después del trabajo, y se convirtió en la primera fiscal de delitos graves en la unidad de violencia doméstica de la Corte de Apelaciones de Texas.
“Es importante que la gente se de cuenta de que las mujeres pueden hacer estos trabajos: entrar en la ciencia, en la tecnología, hacer cosas que no sean estereotípicas”, defiende Northcutt, que no sale en la película Apolo 13, a pesar de su importancia en la misión; pero cuyo testimonio sí ha incluido National Geographic en la serie de documentales elaborados con motivo del medio siglo del primer aterrizaje lunar.
Margaret Hamilton
La matemática Margaret Hamilton dirigió el equipo encargado de diseñar el software utilizado en las misiones Apolo a la Luna a finales de la década de los 60 y principios de los 70. También en la misión número 11, de Armstrong y Aldrin, Hamilton fue la responsable del sistema informático que hacía posible del aterrizaje del Eagle, la nave lunar. En esa época fue madre, tenía 32 años y destacaba por su rigor a la hora de trabajar.
Comenzó desarrollando un software de predicción meteorológica en el MIT de Massachussets y después entró en el proyecto SAGE para detectar aeronaves hostiles –uno de los mayores sistemas de defensa aérea estadounidense-, lo que la llevaría hasta las misiones Apolo de la NASA.
Pionera en todos los sentidos, además de la conquista de la Luna, la otra gran labor de Hamilton fue la del dominio de la informática, que en la época no era todavía una disciplina universitaria. De hecho, ella misma acuñó el término “ingeniería de software”.
“Nunca me preocupó si mi género afectaba a mis cálculos. Los resolvía”, aseguraba el año pasado en una entrevista en La Vanguardia, donde bromeaba con que se había quedado con ganas de “enviar a unos cuantos hombres más” a la Luna.
La NASA la distinguió en 2003 con el premio Exceptional Space Act por sus contribuciones científicas y técnicas, y en 2016 recibió también la medalla presidencial de la Libertad de manos de Barack Obama.
“Nunca me preocupó si mi género afectaba a mis cálculos. Los resolvía”