El poder de nombrar

La palabra tiene un poder creador insospechado. En la tradición judeo-cristiana, Dios crea con la palabra. Y ya creado, le propone a Adán nombrar a las creaturas y, desde ahí, su relación con la humanidad. 

En ese sentido, cuando decimos «discapacitado» (perder una capacidad) «minusválido» (menor valor), «inválido» (sin valor), «necesidades especiales» (¿cuáles son las necesidades «comunes»?), impedido (privado de…), deficiente (le falta algo) estamos creando una etiqueta que expresa nuestra visión de una cualidad del «otro» distinto».

En palabras de Rafael Sánchez Montoya, «el cerebro registra lo que se sale de lo corriente (la discapacidad) pero ignora lo importante: el nombre de la persona«. 

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